domingo, 6 de noviembre de 2011

Travesía a la nada



Hoy te contaré una historia, aunque será como contársela a un niño mientras duerme.

Mientras ella se dirigía hacia una gran puerta barroca, sentía a su corazón queriendo escapar de su pecho. Un frío viento le acarició, fue como un presagio fatal. Sus pasos se hacían más lentos y trémulos al avanzar, sabía que nada podría evitar que esta vez enfrentáse su destino.

Cuando por fin llegó hasta la gigantezca puerta, posó su temblorosa mano sobre ella y, como si hubiese sido una invitada habital de aquel lugar, empujó la puerta con las migajas de fuerza que le quedaban en su tiritante cuerpo. La puerta se abrió un poco, solo el espacio necesario para que aquella mujer pudiese entrar. Todo estaba bañado por una luz rojiza, como si en ese lugar se fabricaran los atardeceres. Proporcional a la puerta todo era grande, lo que hacía que ella se sintiera una diminuta partícula en ese universo.

Atravesó un gran pasillo repleto de fotografías. Los rostros en aquellas fotos le resultaban familiares y a la vez le eran completamente extraños. Cientos de miradas, de sonrisas y de abrazos, de paisajes, flores, aves y besos. Eran como un enorme rompecabezas, pero no podía detenerse. Algo en su interior la forzaba a seguir, era lo mismo que la llenaba de terror.

Pronto llegó hasta una habitación donde todo parecía más pequeño que en el resto de la casa. Empezaba a sentirse más tranquila. Un olor familiar la rodeó, le trajo a la memoria un día lluvioso, gris, curiosamente teñido de caricias; si, cómo olvidar ese día, fue la primera vez en que no tuvo que abrir los ojos para memorizar una imagen, una silueta. Siguió caminando, esperando encontrar el lugar de donde provenía el olor, sin darse cuenta que cada vez se alejaba más y más de la salida.

Repentinamente, una incesante luz, sumamente blanca y cegadora, empezó a inundar el cuarto, ella cubrió sus ojos pero la luz penetraba la ranuras de sus dedos. Cuando por fin pudo abrir los ojos, todo se había desvanecido en el blanco, se había perdido en la lechosa marejada, ahora era un espacio sin principio ni fin; ni un sonido o corriente de aire, interrumpían aquella infinidad. Se escuchó un leve desplazamiento de aire, eran sus rodillas que flaqueaban ante la inminente desolación blanca....

 Pensó dentro de si -¿he llegado, este es el lugar del que tanto huí?. No lograba comprender como era que había logrado llegar hasta allí, buscó algo que la guiara, alguna razón extraviada en su mente. En la distancia, un destello llamó su atención, se dirigió hacia él, un lago plateado ondulaba delicadamente en medio del silencio, esa imagen, evocó en su cabeza una linea que había leído en algún libro, alguna vez, ya lejana: "En la nada, a donde van todas las cosas más añoradas y más repudiadas; aquí vive el lado oscuro de la luna y los besos de aquel día lluvioso, viven los sueños caídos en batalla y las canciones para amar y llorar, los lagos de plata y los mares verdes"; pasó un buen rato, si es que en la nada sirve de algo el tiempo, hasta que lo entendió, ella era apenas un recuerdo en la memoria de alguien más.